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Los apóstoles se reúnen con Jesús
Juan 4: 27-38

Los apóstoles se reúnen con Jesús ESCUDRIÑAR: ¿Por qué se sorprendieron los doce al encontrar a Jesús hablando con una mujer samaritana? ¿Por qué ella dejó su cántaro de agua? ¿Cómo se malinterpreta una vez más la expresión retórica del Mesías (Juan 2:19, 3:3 y 4:10)? ¿Por qué Él continúa hablando así? ¿En qué sentido la voluntad de Dios es como alimento para Él?

REFLEXIONAR: Teniendo en cuenta su interés en las cosas espirituales esta semana, usted: ¿se ha parecido más a los talmidim o a la mujer? ¿Por qué? ¿Qué le distrae de su caminar con el Señor? ¿De qué manera hacer la voluntad de Dios le proporciona los mismos elementos esenciales que la comida? ¿Qué aprende acerca de ser testigo?

Los apóstoles habían ido a la ciudad para conseguir algo de comer para ellos y su Rabino. El Señor deseaba tener un tiempo a solas con esta mujer samaritana con el propósito de evangelizar. Si ellos se hubieran quedado, sólo habrían estorbado, pero ahora el propósito se había cumplido.

La Gracia había logrado una gloriosa victoria.

En esto llegaron sus discípulos, y se extrañaban de que hablara con una mujer. Sin embargo, nadie dijo: ¿Qué buscas, o qué hablas con ella? (Juan 4:27). La idea judía acerca de las mujeres era muy degradante. Los rabinos enseñaban que ningún hombre debía hablar con una mujer en la calle, ni siquiera con su propia esposa, y especialmente no hablar con otra mujer. Pero, aún más, los rabinos decían que todo hombre que habla con una mujer se causa un mal a sí mismo, pone fin a la Torá y, en última instancia, hereda el Gehinnom (Gehenna o Geenna). Esta obvia violación de las normas sociales judías podría haber sido extremadamente incómoda para los apóstoles, y más aún para la mujer samaritana. Pero nadie preguntó: “¿Qué quieres?” o “¿Por qué estás hablando con ella?”. ¡Ya era bastante malo hablar con un hombre samaritano, y más aún con una mujer samaritana!

Entonces la mujer dejó su cántaro y fue a la ciudad (Juan 4:28a). Había venido al pozo en busca de agua literal para satisfacer una necesidad física. Pero, cuando encontró el agua viva para vida eterna (Juan 4:14b), ya no necesitaba el cántaro. Lo mismo sucede hoy. Una vez que percibimos a Yeshua claramente; una vez que hay un momento de claridad espiritual del alma; una vez que Él es conocido y recibido como nuestro Señor y Salvador, habrá un alejamiento de aquello en lo que nuestra mente carnal estaba centrada de antemano. Su mente estaba en Cristo y no pensaba en el pozo, el agua ni en su cántaro. La gloria del Mesías era entonces su única meta. Tenía un solo propósito porque lo conocía, no de una fuente de segunda mano, sino de experiencia personal. Inmediatamente, ella comenzó a contárselo a otros.364

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Su respuesta fue típica de los nuevos creyentes, una de las evidencias de una fe auténtica. La persona que acaba de ser liberada de la carga del pecado y la culpa, siempre quiere compartir las Buenas Nuevas con los demás. La emoción de la mujer habría sido palpable. Ya no estaba evitando los hechos de su pecado. Ella estaba disfrutando del resplandor del perdón sin vergüenza.365 Y dice a los hombres: ¡Venid! ¡Ved a un hombre que me dijo todo lo que hice! ¿No será éste el Ungido? (Juan 4:28b-29). Fue como que Él podía leer su mente; se preguntó: ¿será éste el Mesías? La construcción griega de esta oración anticipa una respuesta negativa. Era como si estuviera diciendo: “no podría ser el Mesías, ¿verdad?”. Sin embargo, luego la mujer samaritana presentó evidencia para sugerir que ella, de hecho, creía que Yeshua era el Mesías.

El interludio entre la conversación de Jesús con la mujer y Su ministerio con el resto del pueblo, nos permite ver por qué Juan incluye este incidente en su evangelio. A Yeshua le era necesario pasar por Samaria (Juan 4:4) para redimir a esa mujer, que trajo a todo su pueblo a Cristo con su testimonio. Pero, igualmente importante, tuvo que pasar por Samaria para dar a Sus talmidim entrenamiento clave en evangelismo. Este fue el propósito del Señor al venir a la tierra y el llamado de Sus apóstoles. Además, fue una lección tangible sobre la primera regla del nuevo Reino: la obediencia a la Palabra de Dios es más importante y más satisfactoria que satisfacer cualquier mera necesidad física (Deuteronomio 8:3; Mateo 4:4; Lucas 4:4).366

Los versículos 31-38 forman un paréntesis, y nos cuentan algo de lo que sucedió durante el intervalo que siguió a la salida de la mujer del pozo, y a la llegada de los samaritanos a Cristo, debido al testimonio de ella acerca de Él (vea el enlace haga clic en Cc Muchos samaritanos creen). Registran un relato de primera mano que tuvo lugar entre el Señor y Sus talmidim. Ellos habían regresado para escuchar Sus comentarios finales de la mujer, una pecadora notoria, sobre sus cinco maridos y el efecto que esto tuvo en ella cuando fue a evangelizar la ciudad de Sicar.

Un poco más temprano en el día, los apóstoles habían dejado al rabino de Galilea sentado junto al pozo, cansado del largo viaje. Mientras tanto, ellos se fueron, compraron algo para comer y volvieron. Pero, Él no mostró ningún deseo por ello. En lugar de encontrar al Mesías cansado y débil, los doce descubrieron que estaba lleno de energía renovada. Había recibido un sustento que ellos no podían entender. Sin embargo, persistieron: Entre tanto, los discípulos le rogaban, diciendo: Rabbí, come (Juan 4:31). A ellos, Sus palabras los desconcertaron. ¿Por qué Él no tiene hambre?

Jesús pasó una vez más de lo físico a lo espiritual. Él ya tenía Su alimento espiritual. Él les dijo: Yo tengo una comida para comer, que vosotros no sabéis (Juan 4:32). El corazón de Cristo había sido alimentado. Su espíritu había sido vigorizado. El gran Dador de dones había recibido uno para Sí Mismo. La paz y la alegría son parte de la bendición que viene de hacer la voluntad de ADONAI. Y el creyente obediente recibe aquello que el mundo no puede entender. Este fue un momento de enseñanza para Sus talmidim.

Se decían entonces los discípulos unos a otros: ¿Le habrá traído alguien de comer? Les dice Jesús: Mi comida es que Yo haga la voluntad del que me envió y termine su obra (Juan 4:33-34). Ellos estaban pensando en términos físicos, no espirituales. La palabra Mi está en la posición enfática de la oración. La obra que Jesús hizo no fue meramente humana, fue la de Aquel enviado por Dios. Muy a menudo en el evangelio de Juan, el REY de reyes declara que la obra que Él hace es la que el Padre tiene para que haga Él (Juan 5:30, 6:38, 7:18, 8:50, 9:4, 10:37, 12:49-50, 14:31, 15:10, 17:4). El corazón de Dios tiene hambre de alcanzar a aquellos que no lo conocen a Él. Eso es lo que impulsó al Siervo Sufriente. De hecho, el verbo terminar o completar (del griego: teleióo o teleioso), es similar al que se usó en la cruz en Juan 19:30, cuando Jesús clamó: consumado es (griego: teleo o tetelestai).367

Fue enviado por Dios. Una y otra vez, Juan habla del envío de Yeshua por Ha’Shem. Hay dos palabras griegas que el autor inspirado usa para enviar. Está exapostelo (o apostellein), que se usa diecisiete veces, y apostelo (o pempein), que se usa veintisiete veces. Entonces, hay cuarenta y cuatro veces en Juan donde el Señor habla de ser enviado. El rabino galileo era uno que estaba bajo órdenes. Él era el Dios hombre.

¿No decís vosotros: aún faltan cuatro meses, y viene la siega? He aquí os digo: Alzad vuestros ojos y contemplad los campos, porque están blancos para la siega (Juan 4:35). El año agrícola judío se dividía en seis períodos de dos meses: (octubre-noviembre) la época de la siembra, (diciembre-enero) el invierno, (febrero-marzo) la primavera; (abril-mayo) la cosecha, (junio-julio) el verano y (agosto-septiembre) el tiempo de calor extremo. En otras palabras, Él estaba diciendo: “ustedes tienen un proverbio: si siembras la semilla, debes esperar al menos cuatro meses”, antes de que puedas tener la esperanza de comenzar y levantar la cosecha”. Sicar está en una región famosa por su maíz. La tierra agrícola era muy limitada en la rocosa y pedregosa Palestina; prácticamente en ningún otro lugar del país alguien podía mirar hacia arriba y ver campos ondulantes de trigo dorado. Cuando Jesús levantó la vista, vio a los samaritanos salir de la ciudad y subir la colina hacia Él. Pocos cultivos son blancos en el momento de la cosecha, y ciertamente no el maíz. Así que parece que los samaritanos llevaban prendas blancas, que resaltaban contra el trigo dorado y el cielo azul. Mientras el Señor pasaba la mirada y la mano alrededor, dijo: Alzad vuestros ojos y contemplad los campos, porque están blancos para la siega (Juan 4:35); blancos (del griego: leukos). El Maestro estaba diciendo a sus discípulos que el tiempo de espera había pasado; que los campos ya estaban “blancos”, lo que significa que los tallos de los cereales ya estaban maduros, con espigas listas para la cosecha. Habían tardado cuatro meses en crecer; pero en Samaria ¡era tiempo de cosechar! Y esta fue la cosecha que Él quería que Sus talmidim vieran.368 El Mesías largamente esperado había llegado. El tiempo de Dios era ahora. La Palabra debía ser sembrada, y la cosecha espiritual los estaba esperando, como ellos vieron ante sus propios ojos.

Esto fue lo que enseñó Jesús en su instrucción apostólica: Ya el que siega recibe salario y recoge fruto para vida eterna, para que el que siembra se alegre juntamente con el que siega” (Juan 4:36). Para los israelitas, la siembra era un tiempo triste y agotador; la cosecha era el tiempo de alegría. Los que siembran con lágrimas, Segarán con regocijo. Aunque vaya llorando el que lleva la preciosa semilla, Volverá cargando sus gavillas con regocijo (Salmo 126:5-6). Algo increíble había sucedido a causa de este nuevo alimento espiritual. El sembrador y el que cosecha podían regocijarse al mismo tiempo.

Porque en esto es verdadero el dicho: Uno es el que siembra y otro el que siega (Juan 4:37). Luego nuestro Salvador prosiguió haciendo dos aplicaciones.

Primero, Él dijo: Yo os envié a segar lo que vosotros no habéis labrado (Juan 4:38a). El Señor dijo a sus talmidim que cosecharan una cosecha que no fue producida por su trabajo. Con esto el Mesías quiso decir que Él estaba sembrando la semilla. Llegaría un día cuando los apóstoles saldrían al mundo y cosecharían una cosecha que la vida y la muerte de Yeshua habían sembrado.

Y, en segundo lugar, Yo os envié a segar lo que vosotros no habéis labrado; otros han labrado, y vosotros habéis entrado en su labor (Juan 4:38). El Nazareno les dijo a los doce que llegaría un día en que ellos sembrarían y otros cosecharían después de ellos. Habría un tiempo cuando el remanente creyente enviaría trabajadores al campo, pero nunca verían la cosecha. Algunos de ellos morirían como mártires, pero como dijo una vez Tertuliano, el Padre de la Iglesia del siglo II: “La sangre de los mártires es la semilla de la Iglesia”. Es como si Cristo dijera: “Habrá un tiempo cuando usted trabajará y no verá nada de ello. Algún día usted sembrará y morirá antes que la cosecha se recoja. No se turbe vuestro corazón; creed en Dios, creed también en mí (Juan 14:1). La siembra no es en vano; la semilla no se desperdiciará. Otros serán testigos de la cosecha que no se les dio a ustedes para que la vieran”.369

El testimonio de la mujer samaritana tuvo un efecto indudablemente positivo. Los habitantes de Sicar salieron de la ciudad y fueron a Él (Juan 4:30), se encaminaron hacia la colina en dirección a Jesús. Ellos se sintieron irresistiblemente atraídos hacia el Hombre que posiblemente era su Salvador.

Los apóstoles revelaron varias actitudes que con frecuencia nos impiden entrar en los campos de cosecha.

En primer lugar, nos desanima el prejuicio o la intolerancia. Cuando los apóstoles vieron al Maestro hablando con una mujer samaritana, no pudieron aceptarlo. Para ellos, ella estaba en lo más bajo de lo bajo, de la escala social. Cuando somos sinceros con nosotros mismos, debemos enfrentar el hecho de que nos preocupamos por la salvación de algunas personas más que por otras. Y aunque sea difícil de admitir, esperamos que algunas almas despreciables y viles nunca escapen de la oscuridad del infierno. Afortunadamente, nuestro Creador no nos clasifica en la escala de méritos. Todos somos indignos de la salvación (Romanos 3:23), pero igualmente amados por Él.

En segundo lugar, nos absorben los detalles cotidianos de la vida. Los talmidim no pudieron dejar de pensar en la comida el tiempo suficiente para notar la emoción de su rabino. Lo dejaron cansado, hambriento y sediento por el viaje. Pero, cuando regresaron, lo encontraron rebosante de energía. Cualquiera que fuera un poco perspicaz debería haber dejado a un lado la comida y haberle preguntado al Señor qué lo hacía tan enérgico, pero no lo hicieron esos apóstoles aún cortos de vista. Pasamos la mayor parte de nuestro día lidiando con las llamadas necesidades de la vida: cuidar de nuestros hijos, cumplir horarios, ganarnos la vida. Jesús tenía un plan estratégico para Su evangelización. ¿Lo tiene usted? Haga una lista de las “diez personas más buscadas” por las que orar y observe cómo el Espíritu Santo actúa.

Tercero, nos dejamos llevar por la inacción ante la promesa del mañana. No apreciaron la urgencia de su llamado. Yeshua usó un proverbio popular entre los agricultores de su época: faltan cuatro meses y luego viene la cosecha, para impulsarlos a ellos a la acción. En efecto, dijo: ¡el momento es ahora! no más espera. Pero nosotros postergamos y presumimos del mañana. Mientras tanto, la muerte sigue cosechando. Además, el tiempo antes del regreso del Señor se acorta cada vez más.370